La Tercera

Amor violento

El académico canadiense, que expuso en noviembre pasado ante la Convención, aborda el caso constituyente chileno: del plebiscito de salida a las alternativas que ofrece el proceso. El último libro que coedité

Por Pablo Marín Castro | Foto: Isaac Rodríguez

Al menos dos fueron las ideas que la campaña del Rechazo presentó como argumentos para difundir su postura: la unidad del país y el amor como respuesta al supuesto odio implícito que manaba el texto constitucional redactado por la fracasada convención. Esas eran las razones que ofrecían los partidos de la ultraderecha, la derecha y los autodenominados “amarillos de centroizquierda” para llamar a votar en contra de la propuesta constitucional. Lograron convencer al electorado de hacerlo y su opción se impuso por aplastante mayoría.

Ahora el país ha vuelto al punto de partida, aunque sin un plan de ruta concreto para retomar el cambio propuesto por el acuerdo de noviembre de 2019. Tras el triunfo del Rechazo, la actual oposición anunció tener posiciones encontradas sobre el futuro del proceso constituyente. La voluntad de diálogo a la que tanto apelaban en la campaña a través de la vocería amarilla, ahora se parece más a un plan de demarcación de fronteras o bordes que le aseguren no volver a perder el mango de la sartén que supieron sostener con astucia y puño de acero durante más de cuatro décadas. Están en su derecho, triunfaron. Lo curioso es la velocidad con que el tono magnánimo de sabio moderado que lamenta los desvaríos del pueblo, con el que se había manejado el vicariato amarillo del Rechazo, cambió radicalmente la misma noche del 4 de septiembre, cuando reaparecieron todos esos dirigentes que se habían echado de menos durante los últimos meses. Volvieron como si nada. El fraseo terapéutico de director espiritual ensayado por los “amarillos de centroizquierda” fue velozmente reemplazado por la inflexión ruda habitual de quien no está acostumbrado a dar explicaciones ni tiene pensado acostumbrarse a darlas, un estilo tan propio de las dirigencias conservadoras. Los deseos de unidad y amor fueron enterrados la misma semana, ofreciéndole un plantón al gobierno y desautorizando un acuerdo inicial difundido en la mañana y negado en la tarde. Nada inesperado, en todo caso.

Es cierto que la actividad política no es ni debe ser una analogía de terapia familiar, como tan majaderamente suele representarse en el lenguaje meloso de marketing que compara líderes con padres de familia y países con casas que se construyen en conjunto. La política es otra cosa, algo que mirada de cerca rara vez resulta tener el encanto de las frases de campaña. Está hecha de negociaciones entre lotes, de sacrificios individuales, de saldar y cobrar cuentas, y también de intercambiar apretones de manos entre viejos líderes reconvertidos que se resisten a salir de escena y aspirantes a personeros de importancia que buscan marcar territorio en una época alborotada. Nada muy estético, menos aun edificante. Sencillamente es así. Uno esperaría, sin embargo, unos mínimos de coherencia, sobre todo en tiempos de una crisis extendida de confianza en las instituciones, un guion que encajara en las circunstancias y que se correspondiera entre los discursos y los hechos. Aspirar a que, por ejemplo, el grupo de personalidades políticas que durante meses ha estado permanentemente lamentándose de las señales de polarización política y apelando a la necesidad de moderación y diálogo, se condujera en coherencia con su discurso y tuviera el pudor de evitar el asedio a un gobierno recién instalado. Evidentemente, los errores del Presidente debutante deben hacerse notar, el problema es cuando la crítica se transforma en un acoso que abarca desde especulación sicológica espuria hasta agrupaciones de fanáticos que confunden patriotismo con matonaje, sembrando mentiras y medias verdades como si se tratara de revelaciones. Sobre todos esos casos, los predicadores de la moderación no han dicho nada, menos aun los rostros de la llamada centroizquierda por el Rechazo que tan diligentemente de opusieron a la propuesta constituyente. No se entiende cómo es que se puede evitar la polarización y lograr un escenario de estabilidad política dándole fecha de expiración súbita a un gobierno que recién alcanza los seis meses y atacándolo hasta por los zapatos que calza el Presidente. Tomar palco frente a ese asedio es irresponsable incluso en la lógica de aquellos liberales que se jactan de pertenecer al centro político, pero que en la pasada elección presidencial no dudaron en votar por una extrema derecha fóbica a todos los valores que ellos mismos dicen defender. En ese caso la rara alquimia que separa “lo moderado” de los extremos, una receta que ellos parecen dominar de manera exclusiva con tanta precisión, no fue aplicada.

Los votos logrados por la opción Rechazo están

que hubo elecciones para la CC y que muchas de las personas electas representaban al ala progresista de la política constitucional, así que tenía mucha curiosidad respecto de lo que harían.

La gran mayoría de las propuestas constitucionales, históricamente hablando, han sido ratificadas por los votantes. ¿Qué pasó aquí, a su juicio?

(The Limits and Legitimacy of Referendums, 2022) incluye un capítulo escrito por Zachary Elkins y Alexander Hudson, quienes muestran que el 94% de los referendos sobre nuevas constituciones han sido aprobados. Así que, cuando los chilenos rechazaron la propuesta de Constitución, fue un momento histórico, porque rara vez ocurre.

Ahora, si me preguntan por qué los chilenos rechazaron la Constitución propuesta, creo que hay varias razones. Una de ellas es que, cuando se pone demasiado en una Constitución, se hace muy difícil distinguir lo que es constitucional de lo que no lo es. Es necesaria una selección muy cuidadosa de las reglas que vas a poner en la Constitución y ser muy claro al respecto, sin exagerar. Y creo que este es uno de los desafíos que planteó la Constitución propuesta en Chile: era un documento tan largo, con tantas cosas, que todos podían encontrar algo que no les gustara.

¿Hizo alguna advertencia al respecto cuando lo invitaron a hablar ante la Convención?

No les dije eso en mi comparecencia ante la comisión [de sistemas de justicia] porque me pidieron específicamente una asesoría sobre el diseño del procedimiento de reforma constitucional, pero les habría dado algún consejo si me lo hubieran pedido. Habría dicho que no pusieran demasiado en la Constitución porque, si hacían eso, iba a ser difícil ratificarla.

Sé muy bien esto porque soy de Canadá, y allá tuvimos una experiencia muy similar en 1992. Se propuso una nueva Constitución [cuyo proceso] incluía muchos aportes populares, muchos comités, muchas comisiones donde la gente podía decir lo que quisiera. Y la Constitución que resultó era inmensa: fue un enorme paquete de reforma constitucional y todos encontraron algo en ese paquete que no les gustó, por lo cual no fue una sorpresa cuando Canadá votó No. Lo mismo sucedió en Chile.

El 4 de septiembre, usted tuiteó que esta era “una derrota verdaderamente histórica para lo que podría haber sido una Constitución verdaderamente histórica”. ¿De qué manera esto fue doblemente histórico?

Podría haber sido una Constitución verdaderamente histórica, porque habría sido la primera Constitución moderna creada en una democracia moderna. Piense en las constituciones a nivel mundial: ¿qué democracias han creado una nueva constitución en la última generación, en los últimos 20 años? Ninguna. Esta habría sido la primera en el siglo XXI, la primera democracia importante en crear una nueva constitución. Eso habría sido histórico. También lo habría sido por el proceso en virtud el cual se había creado: hubo mucha participación popular, una elección de la Convención con paridad de género y representación indígena. Era algo nuevo, algo emocionante, una oportunidad de hacer algo realmente

Constitución más breve?

Sería mejor tener una Constitución más corta, con menos derechos y menos cambios transformadores. El cambio gradual es más seguro, especialmente si la Constitución que se propone va a ser ratificada por los chilenos. La gente no quiere un cambio constitucional transformador, no quiere una Constitución revolucionaria: quiere una Constitución que asegure las cosas que le importan y que ofrezca una continuidad entre el pasado y el futuro. Y quiere algunas cosas nuevas, por supuesto. Pero deshacerse de todo lo que has conocido y empezar de cero, sin saber cómo funcionarán las instituciones, no es una receta para el éxito.

¿Y podría, aun así, ser una Constitución progresista?

Incluso así podría ser una Constitución progresista, pero debería ser una constitución cuyos avances se den de manera gradual.

Días atrás, publicó una columna de Hélène Landemore y Claudia Chwalisz, para quienes “el fracaso del 4 de septiembre no señala la necesidad de volver a una asamblea constituyente puramente política, sino la de pasar, al menos en parte, a un método de selección que garantice un órgano constituyente más representativo y democrático: el sorteo”. ¿Puede un sorteo ayudar a escribir una nueva Constitución?

No es la mejor idea. Creo que es mejor no tener una lotería, sino una elección de chilenos calificados, competentes, interesados y comprometidos. Ahora, si la propuesta para la lotería es que tiene que haber un proceso de selección para asegurarse de que haya personas calificadas, competentes, serias y comprometidas, y que luego se sortee entre ellas, entonces está bien. Pero la idea de que solo elijas a 100 o a 150 personas de toda la población con derecho a voto, no es algo que recomiende.

¿Está pensando en tener expertos?

Ciertamente, puede haber personas que sean expertos, pero no tiene que haberlos necesariamente, porque queremos que una sección transversal de la sociedad participe en la determinación del contenido de la Constitución.

Ahora, supongo que esto depende de lo que quieras decir cuando dices “expertos”. Si te refieres a políticos, no tienen que ser políticos. Si te refieres a constitucionalistas, definitivamente no. Algunos de ellos pueden ser parte del comité, pero yo no llamaría a reunir a un grupo de expertos en derecho constitucional para debatir y decidir qué habrá en la Constitución, ni sugeriría que un grupo de políticos decida al respecto. Debería haber algunos políticos, algunos académicos, algunos abogados, algunos profesores, algunas enfermeras... una verdadera sección transversal de la sociedad. Pero tienen que ser las personas que quieran hacerlo, no solo las personas que son elegidas al azar, que pueden o no querer hacerlo.

Una nueva Constitución es un deseo mayoritario, según han mostrado las encuestas, además del plebiscito de entrada. ¿Qué tan necesaria le parece? ¿Esperan mucho los chilenos de este tipo de texto?

Una nueva Constitución puede hacer mucho por un país, pero no puede borrar el pasado, y la gente no debe poner todas sus esperanzas y deseos en una constitución. Entiendo que quieran dar vuelta la página de Pinochet. Lo entiendo totalmente. Sin embargo, si hay un modo de concretar las aspiraciones y las ambiciones de la gente sin tener que escribir una nueva Constitución, eso debe ser considerado. Es posible enmendar la Constitución para cumplir con las aspiraciones y ambiciones de la gente en términos de lo que quieren para sus vidas y para su posteridad, y eso debe considerarse, porque si intentas escribir una nueva Constitución y se sigue el camino que siguió la Convención, que fue meter todo en la Constitución, constitucionalizarlo todo, entonces van a fracasar de nuevo.

¿Es posible pasar de un Estado subsidiario a un Estado social y democrático de derecho a través de reformas, sin una nueva Constitución?

Una Constitución es un vehículo para permitir que la gente logre lo que quiere lograr, pero también hay otros. Si es demasiado difícil adoptar una Constitución completamente nueva, puedes hacer las cosas que querías hacer enmendando la Constitución. La única diferencia sería que no vas a tener una nueva Constitución. Y creo que vale la pena considerarlo. Una Constitución no es un pedazo de papel: una Constitución es el espíritu de las personas en la forma en que interactúan entre sí, en la forma en que van a ser gobernadas. Una Constitución no es el acto de escribirlo todo: es el acto de aceptar una nueva forma de gobernarse, y eso es posible sin un nuevo texto constitucional. Basta con tener una nueva realidad constitucional.

Ahora, puede que se haya apostado muy fuerte por una nueva C

onstitución, pero es posible lograr los mismos objetivos reformando la Constitución existente. Se puede hacer. De hecho, la Constitución lo autoriza: tiene procedimientos para producir pequeños y grandes cambios. Use el procedimiento para grandes cambios, y así realizar los cambios que necesite. Las reglas de enmienda fueron reformadas, de modo de hacer posible enmendar la Constitución. Este podría ser el camino a seguir, de la mano de un conjunto más gradual de cambios a la Constitución, en lugar de tratar de transformar completamente el derecho y la sociedad. Esto último supondría un cambio constitucional revolucionario y totalizador, y puede ser que los chilenos no estén listos para eso.

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